Media Maratón de Oakland
El año pasado corrí la Media Maratón de San Francisco, y disfruté tanto la experiencia que tenía claro que este año quería correr otra. Además decidí, que ya que me ponía, en esta intentaría mejorar un poco (bastante) el tiempo.
Con esta motivación decidí comprarme un libro de Matt Frazier, creador No Meat Athlete, podcast y blog que he recomendado alguna vez. En el libro te cuenta un poco su experiencia y un sistema de entrenamiento que a él le ha funcionado, sobre todo para no lesionarse —es muy fan de usar el foam roller para estirar y yo me he hecho muy fan también—; después de pasarlo un poco mal el año pasado, con una lesión a un mes de la media de San Francisco pensé que esto era algo a tener muy en cuenta. Me gustaba el planteamiento en general y además el libro incluía planificación también para las comidas y varias recetas, por lo que lo hacía aún más completo. Casi todas las recomendaciones que encuentro en cuanto alimentación y preparación de una carrera no son veganas, y aunque tengo un poco de idea de nutrición, siempre está bien tener una guía así de clara. Principalmente porque te quita mucho trabajo.
Así que me leí el libro, y cuando tuve claro qué quería conseguir decidí que no quería esperar hasta julio (que es cuando es la media de San Francisco), y que la siguiente media que no me pillaba lejísimos y que tenía una buena organización era el Running Festival de Oakland. Y me puse a entrenar con el 20 de marzo en mente.
Corro la media/ No la corro
Como la mayor parte de las cosas que planeamos, esta tampoco salió como pensaba — y hay gente que todavía se atreve a decirme que no soy gafe—. Un mes antes de la carrera me empecé a sentir bastante mal y débil, y después de un chungo en mitad de Golden Gate Park, decidí ir al médico. Al parecer pillé un virus y debía ser el megavirus, porque me pasé dos semanas en la cama. Y como el principal síntoma eran unos dolores de cabeza insoportables, todo lo que podía hacer era mirar al vacío en la oscuridad, que la luz me sentaba como el culo. Después de estas semanas maravillosas y divertidas me planté a dos semanas de la carrera, debilucha y con bastantes menos kilómetros en mis piernas de los que tenía en mente.
La verdad es que no tuve muy claro si la correría hasta el día anterior, más que nada porque no me veía yo con muchas posibilidades de acabarla; pero todo cambió cuando fui a recoger mi dorsal a Oakland y vi el ambiente que había en la feria. Mientras me tomaba una cerveza (sin alcohol) a la que invitaban a todos los que recogíamos nuestro dorsal, decidí que no podía perderme un evento así de entrañable; tenía que vivir esa carrera. Y no me puedo alegrar más de haber tenido ese momento revelador. Uno, porque efectivamente es una carrera que merece totalmente la pena, y dos, porque estoy intentando vencer a la frustración que se apodera de mí cada vez que algo no sale como yo he planeado, y esta era la ocasión perfecta para cumplir algo que me había propuesto a pesar de los inconvenientes que surgieron por el camino.
La carrera
Así que me planté en Oakland el domingo a las 8:30 de la mañana —otro punto positivo es que la media empezaba a esta hora, y así no tenía que salir a poner las calles— cargada de decisión. También me planté con la tripa un tanto revuelta y tuve una visita a un baño portátil que se quedará entre el baño portátil y yo, por lo menos hasta que me haga famosa y alguien me pague mucho dinero por contarla, que todos tenemos un precio y a mí me van los temas escatológicos. En mi defensa diré que antes que yo hubo al menos dos visitas similares, que dejaron su huella, además. Ahora dejemos de lado estos temas, por otra parte nada extraños en el mundo de los corredores a pesar de que se hable de ellos tan poco.
La salida estuvo precedida por el himno americano (OBVIAMENTE) y con todo el mundo ultramotivado, que sigo sin saber cómo estamos todos tan contentos antes de ponernos a correr 21 km —o 13.1 millas, que ya entreno en esta medida del demonio— pero es una realidad.
He de decir que afortunadamente las primeras 8 millas (unos 13 kilómetros) se me hicieron bastante agradables. Lo que viene a significar que no sentía ningún dolor extremo ni quería morir. Además, en la milla 5 mi querido marido me dio ánimos, y eso hace mucho, y en la 7 empezó una cuesta abajo.
Yo al ver una cuesta abajo que parecía no tener fin
En la número 8 empecé a plantearme cuándo me pararía. Porque yo cuando voy corriendo y me canso me pongo un tope al que llegar para ganarme una parada. Decidí que sería llegando a la milla 10, y de ahí sólo me quedaría 3 más, que eso me lo hago en un día que salgo a correr sin ganas. Esto era lo que tenía en mente, pero obviamente no llegué a la 10; cuando llevaba 9,5 decidí que ya me lo había ganado. Hice bien, porque todavía no era consciente de que desde allí hasta el final no quedaban 3,5 millas, desde allí hasta la meta quedaba en realidad un camino eterno de sufrimiento. Pero en ese momento yo estaba muy positiva, sobre todo después de mi paradita técnica.
Las últimas 3 millas infernales
Y en esas estoy que me planto en la milla 10. La carrera terminaba en el mismo punto del que había salido, y esto era al lado de un parque. Pues en la milla 10 llegabas al parque en cuestión. Vamos, que ya veía la meta ahí. Pues no, no veía la meta ni de coña; la meta no aparecía por ninguna parte; pregunté un par de veces a gente si ese era realmente el recorrido de la carrera, que no me lo creía a pesar de los corredores que me rodeaba, y si realmente se llegaba a algún punto concreto o seguiríamos corriendo/ muriendo toda la eternidad. Que eso es lo que fueron para mí las últimas 3 millas, una eternidad. Creo que el último año viviendo en San Francisco y esas últimas 3 millas ocupan lo mismo en mi mente.
Al final la terminé, aunque ni mucho menos en el tiempo que tenía pensado, pero sí muy feliz. Feliz básicamente porque ya podía dejar de correr; lloré y todo, no de la emoción, sino por no tener que correr más. Y feliz también porque no sé qué tara tiene el cerebro del corredor que nada más terminar una carrera olvida cualquier dificultad (incluyendo las últimas 3 millas infernales) y sólo puede pensar en la siguiente a la que se va a apuntar.
Eso sí, he de decir que es una carrera maravillosa, con toda la ciudad muy volcada con los corredores —había gente durante toda la carrera ofreciendo agua, naranjas e incluso cupcakes(!)— y mi parte favorita: con un recorrido bastante plano. Después de las cuestas que me chupé el año pasado en la de San Francisco es algo que se agradece eternamente. Y además odio las cuestas, así en general.
El año que viene la corro de nuevo y a ver si ya de paso supero el tiempo que hice. Que superarse le añade motivación extra al asunto.
Modelito poscarrera